top of page

Percy Daniel

Crecí en el piso de arriba de un restaurante llamado Fiesta, en la cuadra 18 de una avenida alejada del centro de Chiclayo, justo donde hoy sigue el viejo restaurante familiar, aunque ahora transformado en un edificio muy diferente. Por entonces mis padres trabajaban en el primer piso de la casa y todos vivíamos en el segundo, rodeados de los aromas de la cocina chiclayana de siempre. Para hacer justicia a mi madre, doña Bertha, debo decir que ella domina como nadie los secretos de la que para nosotros es la cocina más grande del Perú.

La cocina lambayecana es un gran tesoro que han guardado durante siglos las cocineras y cocineros de mi tierra. No hay más que recorrer algunas de las humildes picanterías de Puerto Eten, Monsefú, Santa Rosa, Pimentel, Ferreñafe, Túcume, Pacora, Jallanca, Íllimo, Mórrope, o Lambayeque para descubrir un mundo diferente en el que los sabores son un boleto que abre las puertas del paraíso.

Mi tierra es la del arroz con pato, la del loche rallado y hecho guiso con cabritos de leche y que, acompañados de nuestro arroz, le dan a nuestra cocina ese carácter único que la distingue, la de productos tan grandiosos como la langosta de Puerto Eten y el pato de Batán Grande, o tan humildes como el life. Entre unos y otros, los grandes y los humildes, trazan un camino que pocos se resisten a recorrer.

Llevo siguiendo estos sabores desde siempre, maravillándome hoy como cuando era niño y corría entre las preparaciones de la primera cocina del Fiesta pensando en que algún día estos también serían mis dominios.

La gastronomía debería ser una de las grandes industrias del país, pero puede y debe crecer. Llevémosla a las escuelas, acerquémosla a todos los peruanos, hagamos que el Perú y los peruanos crezcan con su gastronomía, respiren su gastronomía y sueñen con su gastronomía.

Percy Daniel

bottom of page